(Aviso al lector: escuchar el vídeo de Youtube anexo puede conllevar peligrosos efectos de contagio de la canción durante días.)
Como muchos sabéis, trabajo en el área de Recursos Humanos de “una conocida empresa de telecomunicaciones”. Allí, pasan por mis manos listados infinitos de nombres y apellidos de empleados, así como de unidades de organigrama (o sea, esas cajitas que representan la jerarquía y organización de una empresa). Y encuentro cosas verdaderamente curiosas: me pregunto, por ejemplo, cómo será ser el coordinador de Penalizaciones; suena grave y serio, un trabajo aparentemente poco ameno.
Como muchos sabéis, trabajo en el área de Recursos Humanos de “una conocida empresa de telecomunicaciones”. Allí, pasan por mis manos listados infinitos de nombres y apellidos de empleados, así como de unidades de organigrama (o sea, esas cajitas que representan la jerarquía y organización de una empresa). Y encuentro cosas verdaderamente curiosas: me pregunto, por ejemplo, cómo será ser el coordinador de Penalizaciones; suena grave y serio, un trabajo aparentemente poco ameno.
Hoy, reordenando una gerencia, me
encontré con la jefatura de Emoción. Imaginaos mi impresión, en medio de hojas
Excel infinitas y grises, listados de siglas, códigos, denominaciones muy
marketinianas, muy “pro”, neutras y vacías de sentido para mí, cuando me
encuentro con una palabra que por sí sola contiene color y vida.
Jefe de Emoción… guau, eso sí
tiene que ser interesante. De repente, de entre las bases de datos en blanco y
negro, surgió una paleta de color, y aparecieron serpentinas, confeti, música,
alegría…
Imaginé a la persona que ocupaba
ese puesto, batuta en mano, dirigiendo una orquesta de colaboradores que
ensayan las melodías más sublimes, para despertar cada una de las emociones en
el cliente.
Jefe de Emoción…
Y entre estas ocurrencias me dejé
llevar por unos instantes y fui feliz.
Algo parecido sucedió anteayer, bueno, parecido por sus efectos:
de repente, sin saber cómo ni de dónde, me vino a la mente la canción de cierre(*) de la serie de dibujos animados Comando G (un saludo especial a los nacidos
antes de los 80). La cantaba el grupo Parchís y era tremendamente pegadiza,
tanto que hasta hoy no he conseguido dejar de canturrearla a cada momento.
El caso es que sólo recordarla me
trajo el recuerdo de sensaciones olvidadas, sensaciones casi indefinibles, por
lo sutiles y agradables. La sensación de ser niño, de vivir en un mundo de
niños, un mundo de posibilidad y color, de magia y poder, de asombro y juego.
Y ambas situaciones me han hecho
pensar.
Quiero más de esas sensaciones en
mi vida, en mi trabajo, en mi día a día. Quiero reconectar con esa niña que era
sencillamente feliz cuando, una vez más, el Comando G salía victorioso contra
los ataques que venían de Espectra (¡mutación!, poderosa palabra).
Me encanta EMOCIONARME, conectar
con la alegría más sencilla y profunda que hay en mí. Y llenar los espacios
aparentemente anodinos y fríos con el eco de recuerdos que llaman a una parte
muy bella de cada uno de nosotros.
Quiero ser jefa de Emociones.
Jefa de Creación de Estados de Ánimo Favorables. Mi propia jefa.
La vida es tremendamente bella a
poco que pongamos nuestras velas a favor del viento. Y hay cientos de detalles
que actúan como resortes, despertando nuestra capacidad de disfrutarla.
¿Cuáles son tus resortes? ¡Mutación!