Madrid, 21 de junio 2012
Hace
ya más de seis meses de tu muerte (cómo cuesta escribir esta palabra) y aún me
encuentro cada día pensando en ti y tratando de asimilar que no estás.
Hoy
llega el momento, además, de despedirme de tu consulta y me siento, como tantas
veces, frente a tu silla –hoy vacía- para decir adiós.
Creo
firmemente que esta vida no es más que una pequeña parte de un viaje mucho más
largo, pero como la memoria no me alcanza para recordar un “antes”, y la
imaginación no me da para recrear un “más allá”, hoy me siento impotente, sola…
y a la vez ilusionada.
Es
curioso, sí, te echo terriblemente de menos y sigo planteándome si esto no será
más que una broma (un poquito de mal gusto) y aparecerás un día, de vuelta de
quién sabe qué aventuras. Te echo de menos y, a la vez, te siento tan cerca, es
tan fácil conectar con tu esencia…
Cuando
alguien querido muere, poco a poco vamos perdiendo la capacidad de recordar su
rostro, lo reconocemos en fotografías pero nos cuesta recrear su cara en
nuestra mente. A mí, por el momento, eso no me ocurre. Puedo ver con claridad
tus ojos llenos de ilusión y ese entusiasmo pícaro que transmitían cuando
hablabas de un nuevo proyecto. Veo perfectamente tu nariz, tu boca, tus manos,
moviéndose al explicar algo. Recuerdo tu voz y tu acento. Tu vitalidad. Tu
olor. Tu abrazo.
Es,
por tanto, como si estuvieras aquí. Pero no estás. ¿O estás? Te fuiste antes de
que me atreviera a preguntarte tantas cosas. Yo quería saber más, pero tenía miedo. Lo sabes. Quería ver más, pero mi razón me bloqueaba. Pero qué alegría cuando
conseguí sentir la energía, ¿te acuerdas? Paraste la clase hasta que lo
conseguí. Y, luego, era tan sencillo, tan evidente…
Supongo
que lo demás también será así. Cuando esté preparada, las cosas que hayan de
venir, llegarán.
¿Dónde
estás, Ale? ¿Qué haces? ¿Nos ves? ¿Nos cuidas? Yo siento que sí.
Pienso
en los otros “huerfanitos” que has dejado aquí y deseo que sean también capaces
de confiar en su propia fuerza y que apliquen todo aquello que nos enseñaste.
Yo creo que lo estoy haciendo, lentamente, es verdad, pero así son mis ritmos.
Parezco muy “rapidilla” pero en el fondo todo dentro de mí tiene un ritmo
lento.
¿Qué
sería de mí si hubiese sido más osada, más valiente desde pequeña? ¿Qué sería
de mí si me abriera a la vida con más confianza? No lo sé. Sé que, siendo como
soy, te encontré en mi camino y disfruté siete años de tu compañía como
maestro, como hermano mayor, como amigo. Dudé de ti -y cómo, ya lo sabes-, lo
cuestionaba todo, te miraba con esas reservas mías… para al final rendirme a tu
sabiduría y, sobre todo, a tu amor.
Siempre
me decías que te transmitía alegría.
Cuánto me alegraba oírtelo decir. Y ese ¡hola, bombón! que me regalabas al
entrar en la consulta. Me sentía la persona más mimada del mundo. Todos nos sentíamos
únicos sentados frente a ti. Todos éramos únicos para ti.
Y
hoy miro tu silla vacía, esa silla que durante estos últimos meses he tenido el
privilegio de ocupar en varias ocasiones, y digo, por fin, adiós al Alejandro
que vivió en un cuerpo grande y generoso, que me dio tanto amor, tanta
apertura, tanta sabiduría…
Y
digo adiós a la recepción, a la sala de espera, donde Gema ya no me ofrecerá un
zumo “de esos repugnantes que sólo me gustan a mí”. Adiós a los cuadros de
Liliana y a su tremenda energía. A este olor tan especial que lo impregna todo,
a tu mesa con sus figuritas geométricas. A la camilla…
Y
me quedo para siempre con los recuerdos, con todo lo aprendido y con tu
esencia. Tu esencia permanece dentro de cada uno de los que te hemos conocido
en este trayecto del viaje.
Confío
en que ella me ayude a seguir creciendo y librándome de miedos y viviendo cada
día con más plenitud.
Las
últimas palabras que me dedicaste antes de irte son las que quiero decirte
ahora a ti:
GRACIAS!!