Mirando
atrás, imagino que mi historia es como un collage
formado por infinidad de imágenes que recogen instantes vividos. Pero siento
que mi memoria tiene el extraño efecto de ir perdiendo poco a poco esas
imágenes, dejando sólo unas pocas.
Imagino
que el póster de mi vida tuviera cientos, miles de fotogramas para recordar. Y van
desapareciendo uno aquí, otro allá, otro por aquella esquina. Y en su lugar
quedan espacios en negro. Plin, plan,
plin, plan, se van desvaneciendo y quedan tan sólo diez, tal vez veinte,
dispersos sobre el fondo negro. Y en ellos se recoge obligación, agendas, aburrimiento,
expectativas frustradas, y también algo de alegría, pero no mucha.
¿Eso
puede ser? ¿Eso puede representar mi vida? Entonces, una melodía, una frase, un
reencuentro, un olor, me hace recordar otros episodios, otros momentos, otros
sentimientos. Y me doy cuenta de que ha habido mucha más alegría de la que se instaló
en mi memoria. Y se van encendiendo los fotogramas perdidos.
Vivir
mirando atrás puede resultar peligroso –para empezar, no te das ni cuenta de lo
que tienes delante-, vivir aferrado a lo que fue es absurdo; vivir con una
imagen distorsionada y negativamente sesgada de lo que pasó, de lo que se
sintió, es cuando menos injusto y duro
para uno mismo.
Por
eso disfruto de los momentos en que se despiertan en mí recuerdos gratificantes
y felices. Cuando esa palabra o esa melodía me trae a la mente una nueva escena
del pasado. La mayoría son sencillamente escenas livianas, detalles cotidianos:
la sensación de calor, cansancio y plenitud tras los recreos en que jugábamos
“al matar”1, al pañuelo, a la “piola”2, al elástico, a
saltar a la comba…, el olor de los libros nuevos del colegio en septiembre, las
olitas mínimas rompiendo en la orilla y volviendo atrás, a buscar sus orígenes
profundos, el brillo de unos ojos al atardecer…
De
esta forma, los fotogramas se van recuperando. Mi mochila de vivencias se hace
más ligera y mucho más llevadera. Porque mi historia deja de ser una historia
complicada, de superación de conflictos, de ausencias y vacíos. Y empieza a ser
una historia más completa, una historia con momentos de sofá y lágrimas, pero
llena también de inspiración, de risas, de juego, de complicidad, de bucear en
los océanos de la amistad, de llenar la pista de baile de ritmo, emoción y
sudor.
Y
así, el impulso de las sensaciones revividas me hace avanzar en el presente con
más suavidad, con más ganas.
1 Balón
prisionero, balontiro. 2 Pídola