defenderla
del escándalo y la rutina
de la
miseria y los miserables
de las
ausencias transitorias
y las
definitivas
defender
la alegría como un principio
defenderla
del pasmo y las pesadillas
de los
neutrales y de los neutrones
de las
dulces infamias
y los
graves diagnósticos
(…)
Del poema
de Benedetti “Defensa de la alegría”
Defender la alegría se torna necesario, indispensable en estos tiempos. Siempre.
A veces, caemos en el desánimo y la exageración de pensar
que estos tiempos son peores que otros pasados, que el ser humano va de mal en
peor, que estamos abocados a un destino siniestro… Y no, no estoy de acuerdo,
aunque a ratos me deje llevar por semejantes pronósticos agoreros.
La humanidad, por desgracia, tiene ejemplos a lo largo de
su historia para dejarnos boquiabiertos en lo que a brutalidad, violencia y
odio se refiere. En definitiva, que si es por muestras de barbarie, no creo que
el ser humano se esté superando en estos días.
Sin embargo, creo que sí es patente una diferencia con
otras etapas, y esta radica en la velocidad con que se extiende la información
y, por ende, los estados de ánimo. En cuestión de segundos, todos estamos
enterados de lo que ha ocurrido al otro lado del planeta. Y esto genera como
una niebla espesa que se va expandiendo e invadiéndonos de desconfianza, miedo
y dolor.
Por eso, valoro tanto las pequeñas muestras cotidianas de
amor, humor y alegría. Admiro a quienes siembran, de una u otra forma, semillas
de paz, semillas de alegría. Con su estar sereno y silencioso, con su
profesionalidad a prueba de bombas, con su sonrisa, con sus mensajes positivos
a través de las redes sociales, con su generosidad, su ingenio y todas sus
facultades bien despiertas y dispuestas a servir. A servir, de dar servicio; a
servir, de ser de utilidad.
Defender la alegría y extenderla, como el más contagioso
de los virus: porque hay motivos, porque dándola, se multiplica; porque con
alegría es más fácil construir, y perdonar, y confiar. Porque los recién
llegados a este mundo merecen ser recibidos como Dios manda, envueltos en mimo
y buenos sentimientos.
Y no hablo de una alegría ñoña e insustancial (la que
tampoco rechazo, que bien vienen provisiones de todo tipo), ni una alegría
indolente, que no quiere ver. Me refiero a la alegría que sale de un corazón
que conoce el miedo, el dolor, la alegría de quien ha experimentado la pérdida,
la frustración de sus esperanzas más íntimas… y que, tras vivir su duelo, se
levanta y se sacude las cenizas, se mira las cicatrices y se dice: “bueno, pues
a seguir caminando”.
Porque lo bueno de la vida está ahí, si queremos verlo y si
queremos fomentarlo. Y sabe reír con más autenticidad aquel que un día lloró
las lágrimas más auténticas.
Así que, sin dudarlo, me atrevo a pedir que, en este mundo
loco, sin dejar de indignarnos ni de poner todos los límites que seamos capaces
al sinsentido de la violencia o la prepotencia, busquemos en nuestros bolsillos
todos nuestros chistes vitales, todos esos momentos en que espontáneamente nos
reímos de nosotros mismos, esas escenas que nos emocionan con ternura, esos
sonidos que nos llenan de vitalidad, de ritmo, esas sensaciones que nos
estremecen y nos llenan de placer…
...Y contagiemos “buen rollo”, motivos para sonreír, para
sentirnos cerca unos de otros, para ver con nitidez que es mucho más lo que nos
une que lo que nos hace distintos.
A por la PAZ ,
alegremente.
Rocío López Trejo
23 de julio de 2014
Ole, ole y ole. Sin mas palabras!
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