20:45. Un martes cualquiera en un barrio de Madrid. Estrés, agotamiento mental, demasiado parloteo interior, demasiadas listas de cosas por hacer que repaso mentalmente, cansándome mucho más que si me pusiera a hacerlas de una vez por todas.
Procrastinación o el arte de dejarlo todo para "mañana-ya-si-eso". Anticipación o cómo preocuparse por todo lo que ha de venir (o no) a escala micro y a escala global.
Vuelvo a casa con la compra y con todo ese diálogo mental (un día de estos he de plantearme seriamente eso de la meditación, dicen que ayuda a controlar y serenar la mente), y oigo de repente y por encima de todos los ruidos de la ciudad, el cri-cri de un grillo rezagado.
Este grillo ha debido de pensar que el veranillo de San Miguel es verano al fin y al cabo, y a él, en verano, le toca currar, anunciándonos con su cri-cri que ya es hora de serenarse, de salir de la ofuscación del día a día, respirar hondo y sonreír, dando la bienvenida a la noche.
Gracias, Pepito (Grillo).
miércoles, 28 de septiembre de 2011
lunes, 8 de agosto de 2011
Obvio, o no tanto
Los niños, con su sinceridad ingenua y, a veces, brutal, van directos al grano: de hecho, si te ven y descubren un grano al lado de tu nariz, te dirán: “Hala, qué grano más gordo”. Y se quedarán tan panchos.
El dueño del grano puede ofenderse y pensar: qué poca educación le dan hoy a los niños. Pero el hecho es que el grano está ahí (¿o pensabas que por no hablar de él, dejaría de estar?)
Y es que los adultos somos raros. Probablemente, llevamos a cuestas muchos años de “maltrato psicológico” involuntario por parte de los que nos quieren. Posiblemente, estamos aplastados por el peso de la imagen ideal que deberíamos ofrecer para ser “deseables” en la sociedad (a fin de cuentas: para que nos quieran). Y todo esto hace que detestemos una parte de nosotros mismos: nuestros defectos (por llamarlos de alguna manera).
Pero somos tan raros los adultos, que hay algo que la mayoría de nosotros lleva aún peor: todo lo bueno que tenemos.
Porque se puede acabar, porque puede ofender a los que tienen menos, porque nunca estará a la altura de los que tienen más.
Basta ya de comparaciones, por favor. Basta ya de vivir nuestra vida en función de los demás.
Somos lo que somos. Podemos profundizar muchísimo en la búsqueda de nuestra identidad y de nuestra trascendencia, pero hoy no voy por ahí. Hoy me quedo con lo más superficial: con la punta del iceberg, con lo que mostramos al mundo o lo que el mundo percibe de nosotros.
¿Y qué tal si empezamos a amar nuestra superficie sin más pretensiones? Pack completo: virtudes y vicios incluidos, color de pelo, ojos, dimensiones y estatura, personalidad y falta de ella. Es lo que hay, son las cartas que tenemos para jugar esta partida de la vida.
Tal vez, si aceptamos estas cartas, si las miramos bien, con amor, con respeto, nos demos cuenta de que nos permiten jugadas interesantes, haciendo de la vida una gran partida.
miércoles, 6 de julio de 2011
Sobre las nubes
Vuelvo a sentarme a la sombra de mi peral y me doy cuenta de que hacía meses que no pasaba por aquí. Y no ha sido por falta de ideas, pero siempre antepongo cualquier otra cosa a dedicarme unos minutos para este placer de relajarme, dejar fluir mi mente y compartir mis reflexiones con quien quiera leerlas.
Se me ocurren tantas cosas de las que me gustaría hablar. Quiero imaginar que hoy estamos todos sentados en círculo, en la playa o en el campo, charlando animadamente de esto y de aquello, comunicándonos, compartiendo nuestra vida interior, ese océano que se esconde detrás de nuestra piel y nuestras vísceras, y que apenas asoma en nuestra mirada o nuestros gestos.
Tenemos un mundo interior tan inmenso y somos capaces de compartir una parte tan pequeña... Bueno, rectifico: tengo un mundo interior tan inmenso y soy tan poco capaz de compartirlo... A veces, por pereza, otras por vergüenza, por dificultad de expresarme, o por la inercia de relacionarme en "modo relativamente superficial y poco comprometido o comprometedor, bastante cómodo y, generalmente, divertido".
Gracias al blog, voy abriendo un acceso a ese mundo mío.
Y, por empezar contando algo, trataré de describir la maravillosa sensación que me invadió el domingo, cuando volvía en avión de mi viaje por Croacia. Sobrevolábamos... yo diría que Francia (veníamos de Munich). En ese momento, todo eran nubes abajo y un sol resplandeciente sobre nosotros. Unas nubes de cuento, de algodón denso, que formaban dibujos esponjosos y daban la sensación de poder sostenerme como un manto suave si me lanzara a ellas de repente.
No me cansaba de mirar por la ventanilla (de hecho, tenía ya el cuello algo dolorido...) y entonces vino esa sensación... Me invadió una paz tremenda observando ese bello cuadro infinito y blanco, y pensando en el agua y sus cambios de estado.
Y, entonces, me pareció obvio que morirse no era más que eso, cambiar de estado. Y que si el cielo tenía algo que ver con la idílica imagen estereotipada de las nubes, yo no me cansaría de la eternidad (gran dilema que me abruma desde pequeña). Y pude dejarme llevar por esa paz tan serena, tan plena, tan brillante.
Hoy soy muy feliz. El viaje me ha renovado y me ha devuelto la sonrisa del corazón. Me siento sana y fuerte. Y ha nacido Martín. Un pequeñín ha venido al mundo, dando lugar a la tercera generación de "López".
Todos mis abuelos han muerto ya. Y hasta ahora, la familia permanecía inalterable en la 1ª y la 2ª generación (bueno, siempre enriquecida con las respectivas parejas de los primos). Hoy la familia comienza a crecer de verdad, se abre un nuevo ciclo con esta nueva vida.
Mi prima, aquella pequeña con sus coletas y su dulzura enorme, es hoy madre. Ella también cambia hoy su estado de alguna forma. Ya no es sólo hija, sino que comienza un nuevo rol vital. Enhorabuena, Elisa.
Soy tan feliz.
Se me ocurren tantas cosas de las que me gustaría hablar. Quiero imaginar que hoy estamos todos sentados en círculo, en la playa o en el campo, charlando animadamente de esto y de aquello, comunicándonos, compartiendo nuestra vida interior, ese océano que se esconde detrás de nuestra piel y nuestras vísceras, y que apenas asoma en nuestra mirada o nuestros gestos.
Tenemos un mundo interior tan inmenso y somos capaces de compartir una parte tan pequeña... Bueno, rectifico: tengo un mundo interior tan inmenso y soy tan poco capaz de compartirlo... A veces, por pereza, otras por vergüenza, por dificultad de expresarme, o por la inercia de relacionarme en "modo relativamente superficial y poco comprometido o comprometedor, bastante cómodo y, generalmente, divertido".
Gracias al blog, voy abriendo un acceso a ese mundo mío.
Y, por empezar contando algo, trataré de describir la maravillosa sensación que me invadió el domingo, cuando volvía en avión de mi viaje por Croacia. Sobrevolábamos... yo diría que Francia (veníamos de Munich). En ese momento, todo eran nubes abajo y un sol resplandeciente sobre nosotros. Unas nubes de cuento, de algodón denso, que formaban dibujos esponjosos y daban la sensación de poder sostenerme como un manto suave si me lanzara a ellas de repente.
No me cansaba de mirar por la ventanilla (de hecho, tenía ya el cuello algo dolorido...) y entonces vino esa sensación... Me invadió una paz tremenda observando ese bello cuadro infinito y blanco, y pensando en el agua y sus cambios de estado.
Y, entonces, me pareció obvio que morirse no era más que eso, cambiar de estado. Y que si el cielo tenía algo que ver con la idílica imagen estereotipada de las nubes, yo no me cansaría de la eternidad (gran dilema que me abruma desde pequeña). Y pude dejarme llevar por esa paz tan serena, tan plena, tan brillante.
Hoy soy muy feliz. El viaje me ha renovado y me ha devuelto la sonrisa del corazón. Me siento sana y fuerte. Y ha nacido Martín. Un pequeñín ha venido al mundo, dando lugar a la tercera generación de "López".
Todos mis abuelos han muerto ya. Y hasta ahora, la familia permanecía inalterable en la 1ª y la 2ª generación (bueno, siempre enriquecida con las respectivas parejas de los primos). Hoy la familia comienza a crecer de verdad, se abre un nuevo ciclo con esta nueva vida.
Mi prima, aquella pequeña con sus coletas y su dulzura enorme, es hoy madre. Ella también cambia hoy su estado de alguna forma. Ya no es sólo hija, sino que comienza un nuevo rol vital. Enhorabuena, Elisa.
Soy tan feliz.
viernes, 15 de abril de 2011
Querido Boliche
Hoy te echo intensamente de menos.
Desde que te apagaste, tu energía me rodea, dándome muestras de que somos algo más que materia. Siento tu compañía fiel, tu cariño, tu mirada expresiva, tu absoluta lealtad y tu reconocimiento, manifiesto aún cuando eras ya viejito y apenas veías ni oías.
Tu llegada a casa fue la excusa para mostrar cariño sin reservas, sin temor a parecer cursis o exagerados. Contigo todo mimo era válido. Eras un perro-gato, independiente, un tanto arisco a veces, mimoso y dulzón otras... Y te adorábamos.
Te adoramos. Porque tu recuerdo es tan vivo, es tan fácil volver a sentirse recorriendo las calles de Dos Hermanas en nuestro paseo diario... O recordarte corriendo como una liebre por el pasillo tras una pelotita que jamás me devolvías... O verte enseñando a las visitas tu tesoro más preciado: una rana de plástico que alguna vez fue nueva y lustrosa pero que últimamente aparecía ya descolorida y desmembrada.
¿Cómo algo tan pequeño pudo darnos tanto, pudo abrirnos tanto el corazón? Cierto, cuidarte daba mucho trabajo, viniste cuando los hijos ya estábamos a punto de irnos y la carga se la llevaron los padres. Pero creo que compensó. Estoy segura.
La tarde en que entraste en mi vida me sentí como una niña pequeña que recibe lo que más desea en este mundo. No me lo podía creer. Qué alegría tener esa bolita negra en mi regazo. Tan pequeño e indefenso, apenas caminabas y te resbalabas en el mármol del salón.
Será amor de "hermana", pero creo que eras un perro con personalidad propia: Te ganabas a todos, en cualquier momento los amigos, los conocidos, nos preguntaban por ti como quien pregunta por uno más de la familia.
Tantos recuerdos... Y ahora ¿dónde estás? La muerte nos lleva a todos a un lugar incierto. Pero los sentimientos que despertamos entre los que siguen vivos existen y son parte de nosotros. Por tanto, no morimos del todo.
Gracias por acompañarnos, Boliche, gracias por unirnos un poco más como familia. Era bonito que en el pueblo nos reconocieran por ti ("¿entonces tú eres la hija del señor que pasea a este perro por las noches?").
Adonde estés, vaya mi caricia.
Desde que te apagaste, tu energía me rodea, dándome muestras de que somos algo más que materia. Siento tu compañía fiel, tu cariño, tu mirada expresiva, tu absoluta lealtad y tu reconocimiento, manifiesto aún cuando eras ya viejito y apenas veías ni oías.
Tu llegada a casa fue la excusa para mostrar cariño sin reservas, sin temor a parecer cursis o exagerados. Contigo todo mimo era válido. Eras un perro-gato, independiente, un tanto arisco a veces, mimoso y dulzón otras... Y te adorábamos.
Te adoramos. Porque tu recuerdo es tan vivo, es tan fácil volver a sentirse recorriendo las calles de Dos Hermanas en nuestro paseo diario... O recordarte corriendo como una liebre por el pasillo tras una pelotita que jamás me devolvías... O verte enseñando a las visitas tu tesoro más preciado: una rana de plástico que alguna vez fue nueva y lustrosa pero que últimamente aparecía ya descolorida y desmembrada.
¿Cómo algo tan pequeño pudo darnos tanto, pudo abrirnos tanto el corazón? Cierto, cuidarte daba mucho trabajo, viniste cuando los hijos ya estábamos a punto de irnos y la carga se la llevaron los padres. Pero creo que compensó. Estoy segura.
La tarde en que entraste en mi vida me sentí como una niña pequeña que recibe lo que más desea en este mundo. No me lo podía creer. Qué alegría tener esa bolita negra en mi regazo. Tan pequeño e indefenso, apenas caminabas y te resbalabas en el mármol del salón.
Será amor de "hermana", pero creo que eras un perro con personalidad propia: Te ganabas a todos, en cualquier momento los amigos, los conocidos, nos preguntaban por ti como quien pregunta por uno más de la familia.
Tantos recuerdos... Y ahora ¿dónde estás? La muerte nos lleva a todos a un lugar incierto. Pero los sentimientos que despertamos entre los que siguen vivos existen y son parte de nosotros. Por tanto, no morimos del todo.
Gracias por acompañarnos, Boliche, gracias por unirnos un poco más como familia. Era bonito que en el pueblo nos reconocieran por ti ("¿entonces tú eres la hija del señor que pasea a este perro por las noches?").
Adonde estés, vaya mi caricia.
jueves, 31 de marzo de 2011
¿Carpe Diem?
Y mientras el paisaje iba quedando atrás a tan alta velocidad como su destino se aproximaba, cayó en la cuenta de que estaba planeando su futuro. Pero no sus próximos meses o años. No. Estaba pensando en su próxima vida. Como si de una certeza se tratara, sintió que después de esta, viviría otra vida, en otra época, en otro cuerpo... y no podía perder el tiempo, había que ir organizando las cosas. No podía dejarlo todo a la improvisación.
miércoles, 2 de marzo de 2011
A lo largo de la vida...
Es curiosa la evolución que sigue generalmente la relación con nuestros padres… Al principio, en nuestra niñez, son nuestros héroes: los más altos, los más guapos, los más sabios, los más fuertes.
A su lado, estamos seguros; no importa qué monstruos hayan protagonizado nuestras pesadillas esa noche, cuando llegan ellos a la habitación, todos se esfuman.
Yo, incluso, ponía su palabra por encima de la de cualquiera, por encima de la lógica si hacía falta: “¿Que los Reyes Magos no existen? No vendrán a tu casa, porque no crees en ellos pero a la mía sí vienen, que mis padres me lo han dicho.”
Y queremos ser como ellos. Los imitamos en los gestos y en las aficiones, nos ponemos su ropa orgullosos (y holgados).
Luego, a medida que crecemos, los destronamos poco a poco de su reino y abrimos una zanja de incomprensión, de silencio, de rebeldía. Concentramos nuestra atención en las diferencias, en lo que nos separa de ellos, sin darnos cuenta de que generalmente se trata de matices culturales o generacionales, que no tienen por qué eclipsar el amor y la entrega que nos han regalado siempre.
Pero es así, y así ha de ser, es una etapa de reafirmación, de descubrirse uno mismo a partir de la identificación y el rechazo, época de blancos y negros y de sentirnos autosuficientes. Y eso choca también con la inercia que mantienen ellos desde que apenas gateábamos, la de ser nuestros protectores, nuestro faro…
Y nosotros queremos volar, experimentar la vida en nuestras carnes y dejarnos de teorías.
Después de caminar por mundos nuevos, después de acumular experiencias, éxitos, fracasos, glorias, sinsabores… volvemos la mirada a ellos con dulzura. Y las diferencias que observábamos ya no son tan grandes, e, incluso descubrimos algún rasgo de su carácter bien enraizado en nuestra personalidad y los entendemos mejor. Y valoramos más su amor y sus desvelos.
Yo aún no soy madre, dicen que ahí es cuando te das cuenta de verdad de todo lo que han hecho por ti. Bueno, así será, pero aún sin hijos siento un profundo e íntimo orgullo por los padres que Dios me dio. Me siento afortunada por la herencia que han ido dejando en mí día a día, por los sacrificios que han hecho para educarme y lo bien que les ha salido (modestia aparte, disculpen ustedes).
Y ahora soy yo la que quiero que se despreocupen de nosotros y que vuelen, a su manera. Que sean felices, a su manera. Que amen, que rían, que confíen, que sigan aprendiendo y viendo el mundo con esa curiosidad que les caracteriza.
Y quiero vivir de cerca su alegría.
A mis padres, agradecida.
Rocío
miércoles, 2 de febrero de 2011
Y tú, ¿qué vas a hacer?
Distingo un hilo conductor en muchas de las conferencias o reflexiones acerca de la crisis que aparecen por los medios, sobre todo, en Internet… Es un hilo conductor que me gusta, con el que me identifico y viene a decir que “salir de la crisis” depende de mí. Entrecomillo porque, como se expone en la conferencia que adjunto… ¿de qué crisis estamos hablando? (y al audio me remito).
Vale, aceptamos crisis como definición de la situación actual… (que, para mí, más bien no lo es, ya que sencillamente estamos en el final de una era, agotada y obsoleta en sus planteamientos básicos…), llamémosle “X”, pero ¿cómo salimos de aquí?
Durante mis años de Universidad, siempre pensé que la Economía era un misterio que sobrepasaba mi inteligencia, me costaba entender que el objetivo de una empresa no es “ganar dinero” (como pensábamos algunos ingenuotes) sino CRECER. ¿Crecer? ¿Hasta dónde? Y cuándo sea un monstruo que termine por devorar a sus hijos cual Saturno, ¿qué? Tampoco entendía esa ley de oro de que las casas no bajan de precio… Y se me hacía muy muy cuesta arriba pensar que los grandes gurús de las finanzas se la pasaban moviendo ingentes cantidades de dinero según simples expectativas, en los famosos mercados de futuros y derivados. Fabuloso.
Ahora parece que ese modelo de economía (y, por ende, filosófico y social) no estaba tan bien engranado y no era sostenible. Vaya por Dios.
Y ahora ¿qué?
Ahora nos quedan las frases elocuentes tipo: Piensa globalmente, actúa localmente. El cambio empieza por ti. This is the dawning of the age of Aquarius…
Y que conste que me gustan, pero, a la hora de actuar ¿qué?
Pensando pensando, he llegado a la conclusión de que cada uno ha de cuidar su jardín, responsabilizarse de su pequeña parcela, para que gracias al efecto multiplicador que tiene hoy cuaquier acción por lo interconectados que llegamos a estar, el mundo cambie.
En mi caso, ¿cómo?
No con grandes declaraciones ni con propuestas apabullantes que, en dos días se me olvidan o me abruman… sino con pequeños pasos cada día, ENFOCÁNDOME en todo momento en dar lo mejor de mí. En el trabajo, en el parque, en la montaña, en el mercado, en mi casa, en soledad, entre amigos… Eligiendo en cada momento la actitud que voy a tener, midiendo las consecuencias de dejarme llevar por la visceralidad y el calor del momento. S me ocurren mil ejemplos de pequeñas cosas que hacer en cada contexto (y que no hacer)
Me propongo quejarme menos y actuar más, comprometerme a hacer mi trabajo lo mejor que pueda, independientemente del contexto y de cómo lo hagan los demás. “To do my best”, la expresión inglesa lo define realmente bien. Enfocarme
Que no siempre lo voy a conseguir está claro, pero al menos, lo voy a intentar.
No me voy a quedar esperando a que el mundo sea un lugar maravilloso en el que vivir para cuidarlo, cuidarme y cuidaros lo mejor que sé.
Con alegría, con sinceridad, con responsabilidad.
Esta es mi propuesta, os invito a compartir las vuestras y a animarme cuando desfallezca.
Gracias.
http://www.eoi.es/mediateca/video.php?PHPSESSID=248be24797ccbc8c9b1e63b743d9bdcc&videoid=308
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