Hace fresco para estar aquí afuera
a esta hora, sentada bajo mi árbol, meditando. Llevo desde esta mañana
asomándome cada rato, mirando por la ventana y queriendo salir a sentarme bajo
su sombra. Pero cualquier excusa se interponía en el camino, deteniéndome
incluso cuando ya estaba a punto de abrir la puerta de la calle. De hecho,
llegué a salir a tender, diciéndome: “pues, ahora voy y me siento un ratito
sobre la piedra plana, al lado de mi peral, a disfrutar”. Pero sonó el teléfono
en casa y volví adentro. Y hasta que no ha caído el sol no he visto el momento
de salir.
Cómo me enredo en tonterías para
posponer mis ratos de auténtico disfrute. Cómo me las compongo para encontrarme
en el camino mil y una distracciones que me separan de mi momento de silencio.
¿Por qué?
Ya he renunciado a descubrir los
motivos, sé que es así, y que seguirá siendo así mientras yo quiera. Nada me
bloquea la posibilidad de elegir más que yo misma.
Sé que sentarme en silencio a
dejarme estar, dejarme ser… es algo que… se desdibuja si trato de definirlo, se
emborrona, y aun así, lo intento, ya que la palabra es lo único con lo que
cuento para tratar de expresarlo. Esos momentos son… ¿mágicos? Para nada. Son
instantes en los que me cuerpo se siente incómodo, la mente se siente rara y
los pensamientos se disparan (“¿qué hacemos aquí?” “Y ahora, ¿qué va a pasar?,
¿será algo muy místico, entraré en trance?” “Oh, oh, un ruido en la calle, ¿de
qué se trata?”) y así un buen rato.
El caso es que hay ruido, hay
picores, o molestias en la pierna, la espalda se siente dolorida, la mente está
a la expectativa, me desdoblo en la que trata de aceptar y observar y la que
escudriña todo con una atención (¿a-tensión?)
propia de un espía de guerra.
Pero por un instante, un breve
instante, algo se queda en silencio y todo se coloca en su lugar. Es apenas un
esbozo de algo, casi imperceptible,
una quietud en movimiento, una autenticidad, una presencia que le da sentido a
todo.
Y entonces me siento contenta
porque pienso que “lo he hecho bien” y ahí es cuando todo se va al traste de
nuevo, ya que yo no he hecho nada, ni hay nada bien hecho o mal hecho
en todo esto, ni siquiera, al parecer, hay un yo, sino una proyección de un
todo.
Vuelven las preguntas, el ruido,
la confusión, los juicios y la dualidad. Bien/mal, correcto/incorrecto,
yo/ellos, lo mío/lo suyo, cierto/incierto. Separación.
Y me levanto todo lo compasiva
que puedo y me perdono. Vete tú a saber lo que es la realidad. Atisbo ciertas
“verdades”, intuyo realidades mucho más plenas y amorosas que esta ensoñación
en la que al parecer vivo, pero eso que algunos comentan que es la realidad,
para mí, aún no es más que una intuición, un cierto sueño. Sólo esos breves
instantes siento certezas, y me prometo que voy a repetir estos momentos más a
menudo para seguir buceando en ellos. (“Sí, sí, sí, a partir de ahora, me
siento cada día bajo mi peral y a ver qué pasa”).
Pero llega la primera excusa facilona y la encuentro perfectamente válida para zafarme de mi promesa. Y así me mantengo en la duda de si la realidad es el mundo de los sentidos, el de la dualidad y la separación, siendo el otro un sueño muy deseable; o si la realidad es esa luz que se abre paso en las pequeñas grietas que surgen en este sueño cuando me permito un rato de silencio.
Pero llega la primera excusa facilona y la encuentro perfectamente válida para zafarme de mi promesa. Y así me mantengo en la duda de si la realidad es el mundo de los sentidos, el de la dualidad y la separación, siendo el otro un sueño muy deseable; o si la realidad es esa luz que se abre paso en las pequeñas grietas que surgen en este sueño cuando me permito un rato de silencio.