Ha llegado el día y no tengo esa fiesta sorpresa que he imaginado en más de una ocasión. No he preparado un vídeo emotivo, ni un álbum de fotos, ni tengo el regalo que te dejaría con la boca abierta.
Podría decir, como Serrat, que, no hago otra cosa que pensar en ti -y en tu cumpleaños- y no se me ocurre nada, pero tampoco es cierto: se me han ocurrido miles de cosas y no he llevado ninguna a la práctica.
Y me siento fatal, no puedo evitarlo. Vivimos en una época de hacer de cada evento algo original, inmortalizando cada momento, pintando de purpurina cada recuerdo, transformando cada instante vivido en un fotograma de musical con banda sonora nominada a los Óscar. Y yo quería ofrecerte purpurina, música envolvente, magia y emoción.
Pero no.
Nuestro amor es muy de vaqueros y zapatillas, de botas de montaña y bastones, de cara lavada e improvisación. Y me encanta nuestro estilo, aunque a veces, ya sabes, eche en falta un poco de sofisticación ("mardito" Hollywood).
Siempre recuerdo con muchísimo cariño todas las sorpresas que nuestros amigos tenían pensadas para nosotros el día de la boda: cómo se lo curraron, no podíamos imaginarnos tanta creatividad, tanta dedicación, tantas risas. Y yo quería estar a la altura en esta fecha tan señalada.
Y ¿por qué no lo hice? Aun ando debatiéndome internamente a la búsqueda de las causas reales: ¿procrastinación?, ¿pereza?, ¿miedo a no hacerlo bien? ¿todas las anteriores son correctas?
Puede ser. Me ocurre tan a menudo… que la vida pasa y mis proyectos se quedan en eso, en proyectos. Tengo ideas estupendas, que pasan como estrellas fugaces por mi mente, dejando una estela de asombro dentro de mí. “Sí, sí, eso quiero” –grito por dentro, como un niño pequeño-, pero al rato aparece otra estrella y me engancho de nuevo a su estela: “Esa, esa sí que es fabulosa”. Y luego, otra, y otra: “No, no, mejor aquella, ¡aquella sí!”.
Pero no. Ni una, ni otra… Permanezco en el mundo de las ideas y materializo poco.
Si pudiera mostrarte en una pantalla de cine lo que ha pasado por mi cabeza en todo este tiempo de “planificación”, podrías ver a Salvi dedicándote una canción en el escenario de una macrofiesta sorpresa, o una presentación emotiva con fotos de tu familia, de los amigos, de nuestros viajes, acompañada de Bohemian Rapsody y otros temazos, así como leyendas a pie de página de las que hacen soltar una lagrimilla. O una cena para dos en algún restaurante con encanto.
Sin embargo, todo quedó en el aire. Y me pregunto si no estará bien así. En el fondo, lo que quería expresarte con todos estos planes novelescos es que somos muchos los que te queremos. Quería que te sintieras acompañado del calor de todas las personas que piensan que eres “un chico excelente”. Quería decirte que todo este tiempo, desde aquel primer cumpleaños tuyo en que estuve presente, ha pasado en un suspiro y me ha llenado el corazón de paz, de admiración, de ganas de querer sacar cada día mi mejor versión.
Porque a tu lado me siento aceptada plenamente, para ti todo está bien: mis días soleados, mis nubes y mis tormentas, mis silencios y mi parloteo, mis pasos adelante y mis huidas.
En el fondo, la fiesta y la parafernalia no eran más que el disfraz de Halloween de un amor que cumple 9 años. Porque, ¿cómo decir “te quiero” sin que resulte demasiado banal, demasiado empalagoso, insustancial o pretencioso? ¿Cómo brindar por tu autenticidad, tu sencillez, tu entrega, tu alegría, tu mirada acogedora, tu abrazo cotidiano, tu buen humor, tu paciencia, tus sinsentidos, tu espíritu Ted Mosby, tu respeto y tu libertad?
A lo mejor, enmascarado de fiesta, de papel regalo, de globos y confeti, el mensaje quedaba más patente…
Puede. Oooo… (como diría nuestro Barney Stinson), también puede que este mensaje no necesite vagar en una botella por los océanos para llegar a ti, ni requiera de bolas de discoteca para brillar, ni de grandes fastos o sorpresas espectaculares para dejarte huella. A lo mejor, basta con el abrazo de primera hora de la mañana, con el beso antes de dormir, con la presencia cotidiana y el camino recorrido juntos.
Y ahí no hay quien nos pare,
prin: más de ciento treinta mil kilómetros recorridos en coche; en avión, ni sé
–y es que nos hemos paseado por los cinco continentes-, hemos gastado suela –literalmente-
en valles y montañas, (eh, ¿puedes oír la música de fondo que ha empezado a sonar en
mi cabeza? …Ain’t no Mountain High Enough)
Con esta banda sonora y todo el
amor que llevamos en la mochila, yo sigo caminando a tu lado, a ver si en los
próximos diez años consigo darle forma a alguna de las ideas locas que surcan
mi mente y, para tus 50, tenemos fiestón.
https://www.youtube.com/watch?v=r0OvZm7sFnI