Desde
pequeña, siempre me he preocupado más por el fondo que por la superficie de las
cosas. Desde que tengo uso de razón me recuerdo escudriñando con mi pequeña
mente limitada, misterios inescrutables de la vida y alrededores.
El
paso del tiempo, el infinito, la muerte, para qué estamos aquí, por qué tenemos
un cuerpo tan raro (años me costó, por ejemplo, aceptar la idea de que por
dentro tenemos un esqueleto y unos músculos, que, sinceramente, me parecía que
nos daban una apariencia interna aterradora)…
¿Por
qué no era una niña normal? ¿Por qué no me bastaban las muñecas y sus
vestiditos –o los clics y todas sus aventuras-? ¿Por qué tenía que devanarme
los sesos con preguntas que no me atrevía ni a exponer por miedo a que me
tomaran por más loca de lo que yo me tenía?
Y
es que para mí estaba claro que “los demás” no se planteaban estas cuestiones,
porque ellos tenían el saber en su interior, lo tenían todo perfectamente
integrado, sólo yo había venido al mundo con un tornillo menos tal vez, y por
eso vivía este sinvivir.
Me
acuerdo de una vez en que un amigo (que además, hoy cumple años, felicidades, Alberto),
me hizo ver que, en unas reflexiones que le dejé leer, se repetía
constantemente el binomio “yo y los demás”. Como si yo fuera algo tan diferente del resto, una extraterrestre en la
corte del rey Arturo.
Con
el tiempo, oye, todo se va pasando. Y una acepta con más resignación que
alegría que hay preguntas demasiado grandes para ciertos cerebros. Y que vale
la pena enfocarse en cosas más terrenales. Y que se está de maravilla tumbado
en la orillita de la playa al atardecer, pensando en el helado de chocolate que
me tomaré en cuanto se vaya el sol.
Pero,
al mismo tiempo, descubro que no estoy sola en mis inquietudes. Y que, otros,
que en lugar de bloquearse con sus preguntas, las han utilizado de motor y
están descubriendo cosas que encajan perfectamente con algunos de mis antiguos
porqués y, además, me dan luz y mucha alegría.
Por
ejemplo, que el cerebro no se queda forjado a los 3 años y, a partir de ahí
todo es “perder”. ¡NO! No es cierto, existe lo que se llama neuroplasticidad,
que viene a decir, así entre “profanos”, que el aprendizaje de cosas nuevas, la
práctica hasta crear nuevos hábitos, la meditación, estimula nuevas zonas de
nuestro cerebro, mediante la activación de conexiones neuronales hasta ahora
“dormidas”.
Y
también existe la neurogénesis: células madre que se convierten en neuronas.
Que sí, que sí, que no todo era ver cómo morían nuestras pequeñuelas, que
también son capaces de regenerarse. Más lentito, es cierto (de momento), pero
ahí estamos.
El
doctor Mario Alonso Puig lo cuenta con mucha más maestría y arte en youtube.
Y
¿qué decir de mi “nuevo amigo”? Mi gran
descubrimiento de las últimas semanas: un médico de Valencia que lleva desde
que yo nací (ya ha llovido) ¡¡¡operando a sus pacientes sin anestesia!!! Les
enseña a autoanestesiarse psicológicamente con un método que él mismo explica
que no requiere más de cinco minutos.
Esto
es real, señoras y señores, miles de pacientes operados por este ángel (Ángel
Escudero Juan, para más señas), que se van por su propio pie tras operaciones
de diferente envergadura y con un postoperatorio más sencillo y rápido. Lo
podemos consultar en su web, en youtube, o llegarnos a Valencia, y participar
en uno de sus cursos.
El
poder del ser humano es mucho más de lo que creemos y de lo que nos quieren
hacer creer. Soy poco amiga de teorías de la conspiración y, como muestra de mi
humana incoherencia, prefiero pensar que ciertas cosas son fruto de la
casualidad, como es el hecho de que podamos anestesiarnos con tal facilidad y que
este hombre no sea Premio Nobel ya, así como su método enseñado y aplicado en
todas las Universidades del mundo.
Y
estos grandes descubridores vienen a concluir más o menos lo mismo: que nuestro
poder radica en la fuerza y la dirección de nuestro pensamiento. De ahí, la
importancia de sabernos enfocar en lo positivo de la vida, en lo que queremos
atraer y no en aquello que queremos alejar de nosotros.
Yo
soy una simple “aprendiza”, que experimenta momentos de sagrada lucidez y
disfruto de mis propios resultados, de a poquito; que, por cada pensamiento de luz,
aún me surgen cientos (¿miles, millones?) de pensamientos de preocupación,
miedo, aburrimiento…). Es como ponerse a trabajar los bíceps y tríceps a los
cuarenta: se requiere suma constancia y paciencia.
Pero
me gusta confirmar que muchas de mis disquisiciones mentales de la infancia y
juventud sí tenían una razón de ser. Sólo estaban mal enfocadas. Buscaba mis
respuestas con las gafas del miedo y de la mediocridad, con la creencia de que
“polvo somos y en polvo nos convertiremos”, sí, sí, pero que polvo: de
diamantes.
Ahora
disfruto encantada de cada descubrimiento, como el del Dr. Escudero,
octogenario ya, que sigue transmitiendo su saber y su ilusión, su amor, a quien
desee escucharle.
Y
como él, tantas personas que no se han conformado con el primer “no se puede”,
con el primer diagnóstico limitante, y han seguido adelante creyendo en sí
mismos y en una fuerza aún mayor que nos une a todos los hombres y nos
trasciende. Y sigue siendo un misterio, pero del que cada día se desvelan más
aspectos.
Y
por eso, tengo ganas de gritar a los cuatro vientos, desde mi “speaker’s
corner” virtual, que SE PUEDE, que el ser humano tiene una fuerza increíble,
que no nos dejemos aletargar por los que (casualmente, y sin ánimo de lucro)
quieren hacer de nosotros borregos asustadizos.
¡DESPIERTA A TU HÉROE DORMIDO!
Y,
como acompañamiento a este discursito de hoy, y premio a los que se hayan
animado a leer hasta aquí, sin fotos ni ná: una canción que me trae amables recuerdos y me llena
de confianza y humor.